viernes, 20 de enero de 2017

Carrero Blanco, Santo Patrón de España

Hoy me voy a salir un poco de la temática general de tratar política y rol y hablar sólo de política. Y es que la situación no es para menos, con la que está cayendo con el humor o la falta de éste. Me parece peligroso todo lo que se está montando en torno a la vigilancia en redes sociales y, en concreto hacia un sector, en exclusiva, del país.



Y no es que quiera que el humor sólo lo podamos hacer los rojos. Ni mucho menos. Pero después de ésto, de la condena de Strawberry por unos tweets sin importancia, empiezo a preguntarme en qué mierda de país vivimos. Porque el problema no es, de hecho, el enaltecimiento del terrorismo, es cambiar la significación de una palabra para que englobe un campo lo más amplio posible y utilizarla como instrumento de coerción.



Ya pasó con Zapata, el concejal de AhoraMadrid. Aun cuando Irene Villa, la única que podría sentirse realmente ofendida por sus tweets, afirmó que no veía en ellos ninguna ofensa, el proceso siguió adelante. En su editorial Strawberry y los delitos de opinión, Escolar dice que su condena le recuerda a Rusia, Turquía o Marruecos. ¿Hasta qué punto hemos asimilado el código penal que ya no se nos ocurre decir que nos recuerda a los tiempos de la dictadura?, ¿es más rentable, desde el punto de vista periodístico, relacionar esto con países ajenos antes que con nuestra historia? La verdad es que no lo sé, ni es el punto de esta entrada, pero me descoloca bastante.

Pero yendo ya a lo que me interesa. Lo que hay es una persecución política desde los conceptos cercanos al terrorismo, de manera que éste puede ser usado para detener a cualquiera. A cualquiera no, porque sorprende que con los tweets de hace un año diciendo que pondrían una bomba para matar a los de Podemos, no se han notificado detenciones ni que la fiscalía vaya a actuar.


Pero, ¿qué nos cabe esperar si nuestro anterior ministro del interior relacionaba, poco, pero relacionaba, el aborto con E.T.A.? Cuando estas cosas pasan, es normal que cualquier persona, bien o mal intencionada, que publique un comentario llevando la contraria al gobierno y que pueda ser entendido como proclive al terrorismo, va a ser juzgado. Porque la palabra terrorismo ya ha perdido su significado, no sirve para nada, salvo para recortar la libertad. E.T.A. es la excusa para que la fiscalía actúe de oficio encausando a gente que no tendría por qué ser encausada y que se juega su libertad por hacer chistes.

Lo de César Strawberry no es más que otro episodio en una campaña de coerción y de propaganda. Porque lo que se quiere con ésto no es en realidad acabar con los chistes sobre Carrero Blanco (señor al que, una vez muerto, se le dio a su familia un título nobiliario en reconocimiento de su labor; no olvidemos que actualmente existe el ducado de Carrero Blanco, que la dictadura compensó a la familia, y que estamos hablando de alguien que trabajó para un dictador), sino que el imperio de la ley se muestre como implacable contra quienes desafían la ideología dominante. Que cualquiera se sienta inseguro a la hora de escribir en Twitter, Facebook o Blogger, no vaya a acabar pasando la noche en la Audiencia Nacional a la espera de juicio.
Pero, no perdamos de vista que tenemos el derecho, humano, a reírnos de los dictadores y sus seguidores. Aquí me da igual la puñetera ideología. Defiendo el derecho de cualquiera a reírse de cualquier persona que haya colaborado con un régimen dictatorial, y me importa una mierda si os reís de Mao o de Lenin. Si la broma me hace gracia me reiré y si no, no.

No es una cuestión de corrección política ni de incorrección, es una cuestión de derechos y libertades. Algo que en España todavía no se ha aprendido. Y que hay una diferencia enorme entre hacer un chiste, por muy negro que sea, por muy horrible que me parezca, y decir las cosas en serio, utilizándolas para doble-pensar, para tergiversar y para reprimir.
Para hacer algo que este gobierno lleva haciendo mucho tiempo y muy bien, que es inculcar miedo. Ya sea a algún peligro y, si no cuela, al Estado mismo. Creo que después de habernos echado la culpa de la crisis, de habernos hecho pagar la deuda, de habernos recortado los derechos a un trabajo y a una vida digna, de recortarnos la libertad de expresión, de manifestación, de información, a una justicia independiente y a vigilar a quienes cuidan de nuestra seguridad, después de todo eso, no sólo nos hemos ganado el derecho (que ya lo teníamos), sino el privilegio de reírnos de cualquier personaje político, de cualquier institución política, que represente esa reacción, esa inquina hacia cualquier derecho y que reaccione como régimen autoritario ante cualquier cosa que se le oponga.

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